La producción y la venta de ropa y accesorios han aumentado espectacularmente en los últimos años, gracias al modelo del “fast fashion”, un negocio tan rentable cómo poco sostenible, que lanza una colección a la semana, a precios muy baratos para nuestro bolsillo pero muy caros para el planeta.
Para producir una camisa se necesita la cantidad de agua que una persona bebe en 2 años y medio, siendo la industria de la moda responsable del 20% del desperdicio total de agua a nivel global y la producción de ropa y calzado produce el 8% de los gases de efecto invernadero. El problema se duplicará para 2030 si continuamos trabajando con el enfoque de negocio actual. (Agencia de Medio Ambiente de la ONU).
Más allá del impacto medioambiental, la industria de la moda está estrechamente vinculada con las cuestiones de explotación laboral, género y pobreza. La máquina del fast fashion produce a ritmos infernales camisetas y esclavitud.
¿Es realmente necesario producir tanta ropa?
Al tiempo que aumenta la producción, la vida útil de la ropa se ha reducido a la mitad y cada prenda de las miles que se compran se suele llevar una media de 3 veces.
4 de cada 10 prendas no se llegan a estrenar.

¿Y dónde acaba todo este material?
El 85% de la ropa que se tira, a un ritmo de 14 kg por persona/año, acaba en un vertedero y de allí, ya que las tecnologías actuales no pueden convertir las prendas en fibras útiles para fabricar nuevos productos, será enterrado o quemado, o sea que irá a intoxicar tierra, aguas, aire.
¿Hay alguna solución?
Greenpeace calcula que si cada persona estirara la vida útil de sus prendas de uno a dos años, las emisiones contaminantes se reducirían un 24%.